Xiprers de l’entrada al cel

[Versión en español al final del relato]

Un document editat a Saragossa l’any 1612 diu: «Que, de 60 años y más, el dia de Santa Cruz de Mayo, se acostumbra hazer fiesta en Fórnoles, y el dia siguiente se haze una procesión a la hermita de Nuestra Señora de Montserrate, a la qual concurren muchas personas de los pueblos circunvezinos».

Processó del 4 de maig de 1916

Tres cents coranta anys més tard, l’any 1953, quan jo ne tenia vuit, lo dia quatre de maig, com cada any, va eixir de la iglèsia de Fórnols la processó del dia de santa Mònica. Jo era escolà i vaig quedar encarregat de tocar la campana de la torre mentres la processó eixie. Un atre escolà portave la creu. La gent de la vila formave dos fileres, davant anaven los hòmens, detràs les dones i al mig lo senyor retó, vestit de capa pluvial i envoltat d’una colla d’escolans en sotanetes roges i roquets blancs. Ere dia de festa gran i lo meu toc de campana afegirie solemnidat sonora a la bellesa cromàtica de la processó en aquell dia radiant del mes de maig.

Campanar de la iglèsia

Me vaig quedar sol a la iglèsia, al peu de la torre, estirant la corda que penjava pel tou de les escales, al ritme marcat per al toc de processó. Ere un cuarto estret i oscur, però tan habitual per a mi que no tenia pou. Vaig sentir al tió Maties, lo sacristà, que tancave la porta de la sacristia i vaig sentir com passave la clau de la porta del carrer. Vaig soltar la corda i al comprovar que m’havie tancat, vaig traure el cap per la gatera i vaig cridar: tió Maties!

Porta de la iglèsia i la Plaçeta

L’home, que ja era una mica vell i estave bastant sord, havie eixit precipitadament i s’havie perdut de la meua vista anant cap a la Plaçeta de Defora i ja devie estar al Bariol per l’escola vella. Tota la gent de la vila, precisament aquell dia, estave a la processó, camí de l’ermita, dingú més podrie sentir-me. Vaig pensar que la Mare de Déu de Fórnols no me dixarie sol en aquella situació i m’en vaig enrecordar del milacre que canten los Goigs:

Un horno de cal cayó
sobre un pobre jornalero
que lo sepultó el terreno
sin que ninguno lo vio
la campana se tocó
avisando el daño tal.

Fueron a ver la calera
al ruido de la campana
y la Virgen Soberana
salvó al hombre de manera
que en una ocasión tan fiera
salió el hombre de la cal.

Vaig pensar que si la Mare de Déu no m’ajudave, jo mateix podia tocar «la campana a foc» per a poder avisar de la meua lamentable situació. Però lo milacre se va fer. Vaig sentir que el tió José, lo correu, que vivie a l’atre costat de la Plaçeta, eixie de casa en aquell moment. Ja havie fet lo seu recorregut diari d’anar i tornar caminant a Valljunquera per a portar les cartes i retirar la correspondència de Fórnols. Les quatre hores de camí havien retardat la seua incorporació a la processó. Vaig cridar des de la gatera: tió José! Tió Correu!

L’home no comprenie d’on eixie la meua veu. Quan me va localitzar a la gatera de la porta de la iglèsia me va dir que no tinguera pou, que ell mateix tornarie en la clau per a obrir-me la porta i així ho va fer. Vaig eixir corrent camí de l’ermita i me vaig incorporar a la processó, que ja havie passat lo piló de sant Bernat i estave passant per la Fonteta. Lo mossèn ja havie escomençat a cantar la letania dels sants.

Piló de sant Bernat
Molí de la Fonteta

Aquella llarga invocació a tota la cort celestial, passant llista un per un, i per grups, d’Àngels i Arcàngels, Apòstols, Màrtirs, Confessors, Verges i Doctors, així com la resposta del poble en la monotonia del «Ora pro nobis», sempre m’havie impressionat. La processó baixave cap al Planet de la Clota i pujave per la costa de santa Bàrbera invocant a tots los sants. Quan s’hi arribava al cap de la costa, al peu del piló, ja estava allí concentrada tota la cort celestial. Lo mossèn beneïe els termes i els arruixave en aigua bendita, demanant la pluja per a les terres. En aquelles condicions, pressionat per tots los sants del cel, era impensable que Déu no mos escoltare i jo estava convençut que en pocs dies plourie abundosament i de que santa Bàrbera mos lliurarie de les pedregades.

Santa Bàrbera

Com cada any, se va desfer la processó. Los escolans van baixar la creu i se la van carregar al muscle. Lo mossèn se va llevar la capa pluvial i el roquet, les files d’homes i dones se van desfer formant grupets. Caminàvem xarrant pel Passet i enfilant la costa amunt que porte al pla de l’ermita. La meua memòria olfativa recorde lo perfum del timó, dels romers i dels pins florits que inundave tot lo trajecte del seu aroma subtil i profundo al mateix temps.

A la plana de l’ermita, com sempre, se va recompondre la processó per a entrar al santuari cantant la «Salve Regina». Allí mos esperaven impertèrrits los vells xiprers que, disposats en dos fileres, marquen l’entrada del santuari i s’estenen pels voltants de l’ermita. Aquell monumental conjunt de gegants, que apunten en les seues branques cap al cel des de fa més de cinc cents anys, són testimonis d’una festa que reunix, lo dia de santa Mònica, a la gent de nou viles del Baix Aragó.

La plana de l’ermita

De lo meu imaginari infantil, s’ha mantengut un pensament: que l’entrada al cel està damunt d’una plana en dos fileres de xiprers com los de l’ermita de Fórnols.

L’entrada al cel

Pedro J. Bel

Cipreses de la entrada al cielo

[Versión en español]

Un documento editado en Zaragoza el año 1612 dice: «Que, de 60 años y más, el dia de Santa Cruz de Mayo, se acostumbra hazer fiesta en Fórnoles, y el dia siguiente se haze una procesión a la hermita de Nuestra Señora de Montserrate, a la qual concurren muchas personas de los pueblos circunvezinos».

Trescientos cuarenta años más tarde, en 1953, cuando yo tenía ocho años, el día cuatro de mayo, como cada año, salió de la iglesia de Fórnoles la procesión del día de santa Mónica. Yo era monaguillo y estaba encargado de tocar la campana de la torre mientras salía la procesión. Otro monaguillo llevaba la cruz procesional. La gente del pueblo formaba dos hileras. Delante iban los hombres, detrás las mujeres y, en medio, el señor cura, revestido de capa pluvial y rodeado de una caterva de monaguillos con sotanas rojas y roquetes blancos. Era día de fiesta grande y mi tañido de campana añadía solemnidad sonora a la belleza cromática de la procesión, en aquel día radiante del mes de mayo.

Me quedé solo en la iglesia, al pie de la torre estirando la cuerda, que colgaba por el vano de las escaleras, al ritmo marcado por el toque de procesión. Era un cuarto estrecho y oscuro, pero era tan habitual para mí, que no me producía ningún miedo. Oí al tió Matías, alguacil y sacristán, que cerraba la puerta de la sacristía y noté cómo giraba también la llave de la puerta de la calle. Solté la cuerda y, al comprobar que me había dejado encerrado, saqué la cabeza por la gatera y grité: «¡Tió Matías!»

El hombre, que ya era un poco viejo y estaba bastante sordo, había salido precipitadamente y se había perdido de mi vista al girar hacia la Plaçeta de Defora y, cuando yo grité, ya debía de estar en el Bariol por l’Escola Vella. Toda la gente del pueblo, precisamente aquel día, estaba en la procesión camino de la ermita. Nadie más podría oírme. Pensé que la Virgen de Fórnoles no me dejaría solo en aquella situación y me acordé del milagro que cantan sus Gozos:

Un horno de cal cayó
sobre un pobre jornalero
que lo sepultó el terrero
sin que ninguno lo vio
la campana se tocó
avisando el daño tal.

Fueron a ver la calera
al ruido de la campana
y la Virgen Soberana
salvó al hombre de manera
que, en una ocasión tan fiera,
salió el hombre de la cal.

Pensé que si la Virgen no me ayudaba, yo mismo podía tocar la campana «a fuego» para poder avisar de mi lamentable situación. Pero se hizo el milagro. Vi al tió José, el cartero, que vivía al otro lado de la Plaçeta, saliendo de su casa en aquel momento. Ya había hecho su caminata diaria de ir y volver andando a Valjunquera para llevar las cartas y retirar la correspondencia de Fórnoles. Las cuatro horas de camino habían retrasado su incorporación a la procesión. Grité desde la gatera: «¡Tió José! ¡Tió Correu!»

El hombre no comprendía de donde salía mi voz. Cuando me localizó en la gatera de la puerta de la iglesia me dijo que no tuviese miedo, que él mismo regresaría con la llave para abrirme la puerta y así lo hizo. Salí corriendo camino de la ermita y me incorporé a la procesión, que ya había pasado el pilón de San Bernardo y estaba pasando por la Fonteta. El cura ya había iniciado el canto de la letanía de los santos.

Aquella larga invocación a toda la corte celestial, pasando lista uno a uno, y por grupos, de Ángeles y Arcángeles, Apóstoles, Mártires, Confesores, Vírgenes y Doctores, así como la respuesta del pueblo con el sonsonete del «Ora pro nobis», siempre me había impresionado. La procesión bajaba hacia el Planet de la Clota y subía por la cuesta de santa Bárbara invocando a todos los santos. Cuando llegábamos al final de la cuesta, al pie del pilón de Santa Bárbara, ya estaba allí reunida toda la corte celestial. El cura bendecía los términos y los rociaba con agua bendita, pidiendo lluvia para les tierras resecas. En aquellas condiciones, presionado por todos los santos del cielo, era impensable que Dios no nos escuchase. Yo estaba convencido que, en pocos días, llovería en abundancia y de que santa Bárbara nos libraría del pedrisco.

Como cada año, se deshizo la procesión. Los monaguillos bajaron la cruz y se la cargaron al hombro. El cura se despojó de la capa pluvial y del roquete. Las filas de hombres y mujeres se disolvieron y la gente siguió andando en grupitos de amigos. Íbamos hablando por el Passet y enfilábamos la cuesta arriba por el camino que conduce hasta la Plana de la ermita. Mi memoria olfativa recuerda el perfume del tomillo, del romero y de los pinos floridos que inundaba todo el trayecto con un aroma profundo y sutil al mismo tiempo.

En la Plana de la ermita, como siempre, se recompuso la procesión para entrar en el santuario cantando la «Salve Regina». Allí nos esperaban impertérritos los viejos cipreses que, dispuestos en dos hileras, marcan la entrada del santuario y se extienden por los aledaños de la ermita. Aquel monumental conjunto de gigantes, que apuntan con sus ramas hacia el cielo, son, desde hace quinientos años, testigos de una fiesta que reúne, el día de santa Mónica, a la gente de nueve pueblos del Bajo Aragón.

De mi imaginario infantil, me ha quedado siempre fijo un pensamiento: que la entrada del cielo está en lo alto de una Plana con dos hileras de cipreses como los de la ermita de Fórnoles.

Pedro J. Bel

Deja un comentario